Cuando te leí por primera vez, fue el día que más mía me sentí. Destrozaste mis teorías y construiste mundos nuevos. Quemaste el dolor y liberaste mi pasión. Me vaciaste sin saciarme. Me saciaste sin vaciarme. Quería más. Ese día sentí como si fuéramos la misma persona, la misma alma. Con las mismas historias que contar. Con las mismas ganas de llorar. Con las mismas ganas de encontrarnos. Me sentí mía y me sentí tuya. Te sentí mío. Me sentía robada y que había robado el diamante más valioso de la historia. Habías entrado en mí, sin permiso, para quedarte aunque estuvieras a kilómetros de mi cuerpo.
Y de repente, apareciste. Y te encontré. Nos encontramos. Y en ese momento fue cuando entendí que siempre había sido tuya y a la vez mía. Siempre habías sido mío y a la vez tuyo. Tú tan tuyo y yo tan mía. En ese momento entendí que hay almas que se dividen en dos para luego encontrarse y ser una.
Y hoy más que nunca, soy mía, tuya y lo que decidamos ser.
Porque nadie más que nosotros siente esto que es solo nuestro.
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