sábado, 24 de noviembre de 2018

Ven

Ven, tápate esos ojos traviesos que me hacen cosquillas. Eres muy guapo, ¿lo sabes? Con los ojos tapados también. Tócame, encuéntrame y tápame los ojos. La música ya suena.

¡No te quedes ahí parado! Ven, pon las manos en mis caderas, ¡no las bajes más, listo! Yo las pondré en tu cuello, para acercarte más a mí... poco a poco. Sintiendo ya tu respiración en mis labios. Debemos de estar muy cerca. Ahora, shhh y escucha, sólo escucha la música, el ritmo de nuestros corazones, la melodía de nuestras respiraciones. 

No digas nada, sólo siénteme. Sí, estamos realmente cerca porque me acabas de pisar un pie. ¿Por qué será que hasta los momentos más bonitos y románticos los hacemos cómicos? A mí me da por reírme y a ti por acercarte un poco más. Por subir tus manos acariciando mi espalda. Yo las bajo y me acurruco entre tus brazos, en lo que un día fue mi paraíso. Me quedaría durmiendo aquí, en el sitio más seguro del mundo. Nunca me dejarías sufrir por nada. Y es en ese momento cuando los recuerdos, de ya seis años, vienen a mi mente como si de una película se tratara. Aún me estoy aguantando esas dos palabras. No las voy a decir, no nos merecemos sufrir más.

¡Eh! ¡Forastero! ¿Acabas de bajar tus manos? ¿Me estás tocando el culo? Pues estás jugando con fuego, cariño. No te voy a besar, pero voy a hacerte eso que odias tanto. Respirar en tus labios, rozarlos, casi humedecerlos, morderte un poquito aquí y allá... todo ello con los ojos cerrados.

¡Me has vuelto a pisar! ¿No estás concentrado? ¿Y eso? 

No estamos para trabajar la paciencia. Soy toda tuya...


Patricia Izquierdo Díaz


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