Cuando toqué tu piel por primera vez, nadie me avisó de lo que vendría después. Nadie me dijo que alejarme de tu piel me congelaría el tacto. Nadie me habló del olor de tu piel recién despertada. O de estar espalda contra pecho, con cosquillas en los pies y la respiración al compás. A mí nadie me avisó de que los abrazos sin ropa pero con piel son el mejor remedio en las noches frías.
Mis nociones sobre tu piel eran nulas y me moría de ganas de aprender a tocarte y a acariciarte, pero no sabía ni cómo empezar. «Cuestión de pieles» dicen. Cuestiones de cada piel será. Porque cada piel es un mundo nuevo por descubrir. Me fascina seguir descubriendo pecas en tu espalda cada vez que te respiro. Y es cuando te acaricio que tu piel se convierte en el idioma universal que nadie termina de entender del todo. No hay expertos, no hay doctorandos ni licenciados porque cada noche se descubren alrededor de cien pliegues de piel más, cien arrugas o cincuenta pecas. Qué más da. Cada día es un capítulo nuevo por descubrir. Y de nada sirve lo que hayas aprendido con otras pieles porque seguro que no te servirá. Cada uno con su piel y a piel de letra, que todo es mejor.
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