Otro año que no te he nombrado. Por supuesto que no te he olvidado, es imposible hacer eso. Es que aún no ha pasado el suficiente tiempo para que no duela pensar en ti. Y ya va otro año... El tiempo vuela. Daría lo que fuera por volverte a escuchar lo orgulloso que estabas de mí. Me lo decías todos los días. Como hacías de puente entre mamá y yo. Lo has hecho toda la vida, como me salvabas de los castigos, como ponías la peli que yo quería o como quitabas comida de mi plato porque no quería más y así podíamos engañar a mamá con la cantidad.
He crecido, ya no soy aquella niña que dejaste con doce años. Bueno, siempre seré una niña, ya lo sabes. La tuya. Nadie sabe lo que significa para mí el 6 de febrero. Ese día que me quedé a dormir en casa de mi tía, sin que nadie me dijera el por qué. La última vez que te vi, yo venía del cole y te vi como te temblaba cada parte de tu cuerpo... Esa fue la última vez. Lo siguiente que recuerdo es estar en el parque de Los Pinos, viendo jugar a mi primo, y ver llegar a papá con un traje oscuro... Desde entonces no puedo verle en traje, se me hace un nudo en la garganta. Ese 6 de febrero, te fuiste, para siempre. Mi único abuelo, que ha estado conmigo todos los días, a todas horas... Siempre, y que aún sigues conmigo. Porque las personas no mueren, a no ser que dejen de ser recordadas.
Yo no podría olvidarte nunca. Seré anciana, y te recordaré como si te hubiera visto ayer. Te echo de menos, cada día, en cada momento. En mis graduaciones, en mis logros, en el día a día... A la hora de comer, en los paseos de los domingos...
Es curioso todo lo que se echa de menos, ¿no? No es algo en concreto, no es la persona, no es aquello que hacíamos juntos... Es todo. Es el estar conmigo.
Nunca se me ocurriría decirlo en pasado... Te quiero, abuelo.
Patricia Izquierdo Díaz
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