Nunca ha sabido nadie el peso de los sueños.
Azules son sus pies,
pero nadie ha llegado a predecir
el color y la forma de sus huellas.
Yo vengo de unos sueños que son como un país,
recuerdo los veranos,
conozco la caída de sus hojas,
sus épocas de lluvia
sobre la libertad y las banderas.
Tampoco nadie sabe cuánto tardan los sueños
en ponerse intratables de sus mentiras,
en doler por los muebles de la casa
tropezando con todo y rompiendo las copas.
Cuando expulsé a los sueños
para no traicionar la realidad,
conocía su herida,
el peso de la noche y su presencia,
pero no calculaba su vacío.
El vacío de un sueño
pesa como la risa de los cínicos,
como los ojos débiles que miran a otro lado,
como el soberbio de pureza fría
que vive más allá de las tormentas.
Los paraguas se vuelven del revés
por decisión del viento de levante,
y la altura del cínico
se parece a una torre de marfil
igual que las promesas del ingenuo.
Llamo para pedirles que regresen,
me humillo en el teléfono, les digo
lo que quieren oír sobre su ausencia.
Y cuando vuelven tengo preparadas
dos camas en distintos dormitorios,
dos frentes, dos verdades
al otro lado del pasillo,
para quedar en medio y vigilarnos.
Si beben demasiado, no les dejo
negar la realidad de forma temeraria.
Y si yo me comporto como un cínico,
se abrazan a mis pies, menos azules
y muchos más cansados,
para que no los borre de mi agenda.
Resistimos así el paso de los años.
Convivo con mis sueños,
pero en habitaciones separadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.