jueves, 28 de febrero de 2019

La conciencia no es un hotel de lujo, sino una pensión barata junto a una frontera

El destino jugó la carta de sus nubes
con un aterrizaje forzoso en el lugar
donde había nacido aquel viajero.

Ya era tarde y estaban muy cansados.
La pequeña ciudad parecía distante
como los sueños de la juventud
cuando el mundo no habla nuestro idioma
y pesan los horarios secos de luz plastificada.
Nadie va a protestar. Los pasajeros
pueden pasar la noche en un hotel de lujo.
No buscan el olvido,
porque todos son justos, y no tienen pasado,
y ninguno soporta la condena
de hacer y deshacer los equipajes.
Viven en su presente,
con ideas que son habitaciones
para dormir tranquilos.

Saben que les espera,
con los gastos pagados, un mar en la ventana.
Están allí los ánimos dispuestos,
las cosas en su forma y en su sitio,
camareros sin dudas
al lado de las mesas bien servidas,
miradas con sabor a titulares
de un periódico envuelto por la niebla de un puro,
butacas donde brillan las sonrisas
como sábanas limpias.
Ni siquiera la piel de la tarde en el cielo
siente la obligación de matizar.

Estratégicamente y solamente
un viajero se aparta de la fila.
Necesita esconderse, cumplir con la tarea
de no dejarse ver entre los suyos.
No es un lugar seguro la identidad que lleva
confundida en su nombre
y prefiere fingir, hacer vigilia
en un rincón inhóspito,
una pensión barata con ruidos de frontera,
negros ojos que acaban de llorar
y guardan el color rojizo de sus sombras,
de sus conversaciones forajidas
en la ciudad sin sueño,
en el amanecer
que es oscuro, y es blanco,
y triste, y alegría,
y se encadena al pie que va por los pasillos.

¿Cuál será su secreto
el temor clandestino de su escala?

Se ha negado tres veces.

No es ciego en las verdades de su patria.
No ha compartido el odio de los otros.
No le bastan las sobras del destino.

Luis García Montero



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.