- Si no sabes correr, no corras - le digo apretando más la venda de su tobillo. Y doy gracias por saber primeros auxilios y como medio curar una torcedura.
- Sí sé correr - protesta - ¡Ay, me haces daño, bruta! - Pongo los ojos en blanco y suspiro, "¡señor, dame paciencia".
- Si no te estás quieto, no me dejas darte la pomada bien, ¡pesado! - le regaño.
Hay un momento de silencio, y me empleo afondo como en mi tarea, hasta que siento una voz en mi interior que me dice que esa tarea no es mía.
- ¿Y ella? - pregunto - ¿No debería estar haciéndote esto, y después darte un caramelo?
- Ha salido a correr - responde secamente.
- ¡Vaya! No corréis juntos - digo casi sin pensarlo.
- Patri - me llama a modo de advertencia.
- Preguntaba por si me tenía que quedar a curar también las torceduras de otras - le respondo, fijando la venga con esparadrapo.
- Vale, ya está - dice intentando levantarse del sillón.
- Pero, ¿a dónde vas? ¿Quieres sentarte? - le empujo hacia el sillón.
- ¡Vale ya Patri! - chilla - Es cierto que tenemos una conversación pendiente, pero no es el momento.
- Nunca es el momento... - digo en una especie de susurro.
- Lo siento, pero ahora no - me dice mientras cierra la crema.
Los dos respiramos, cogemos aire. Es una bronca más, no hay de qué preocuparse.
- De verdad que lo siento - suelta.
- ¿Qué sientes? - pregunto mirando hacia otro lado.
- Que estemos así. No te lo mereces. Pero es que estoy perdido... entre lo que quiero y lo que debo. No te tenía que haber llamado y siempre eres a la primera que informo de todo. Necesito contártelo y se me olvida que puedo hacerte daño.
- No me haces daño - le corto - Es lo que espero de ti, es lo que quiero de ti. Ser la primera, pero en todo. En todo. No creo que sea tan difícil lo que pido.
- No lo es - secunda mi opinión.
- Y más después de tantos años jugando, ¿a qué? - él asiente.
- No deberíamos vernos en un tiempo quizás... - me suelta.
Y a mi se me congela el corazón, no puedo respirar. ¿Dejar de verle? No. No estoy preparada. No, no quiero. Cualquier cosa menos eso. No hace falta que llegar a ese punto. Mi cabeza empieza a ser una locomotora llenas de "No".
- No - y me sale como un pensamiento más.
- Patri es lo mejor.
- No, no quiero perderte. ¿Quieres que seamos amigos? Somos amigos, déjame claro el tema, y no te preocupes por mi. Pero no voy a dejar que te vayas de mi vida, ¿me has oído? Ante todo la amistad que tenemos. No. Se acabó la discusión.
- El problema es que no te puedo dejar nada claro cuando no tengo nada claro yo y esto nos va a llevar a más líos - me responde.
- Que no. Que de todas hemos salido. No seas gallina. Ya veremos. Los solucionaremos, como hacemos siempre - le explico mirando por la ventana. Ni siquiera puedo mirarle a los ojos, me voy a poner a llorar solo ante la idea de perderle.
- No me estarías perdiendo - me dice al oído, como si estuviera escuchando mis pensamientos - Solo vamos a reflexionar sobre esto.
- ¡No! Tú vas a reflexionar - le corto - Yo tengo todo claro.
- Vale, pues yo... - acepta.
- ¿Y así es como acaba esto? ¿Adiós muy buenas?
- ¡Qué cerrada eres a veces! Te estoy diciendo que no es un adiós, que necesito tiempo. Que no puedo pensar si me curas un pie - me chilla.
- Pero tendrás poca vergüenza, ¡si me has llamado tú! - le chillo aún más fuerte cuando la puerta de la calla se abre y entra ella.
Perfecto...
- Hola... - dice tímidamente.
Yo no contesto. ¡Estoy enfadada!
- Hola... - dice él - Patri pasaba por aquí y le dije que pasara, hacía mucho que no nos veíamos.
Mis ojos se abren de par en par. ¿Mucho? ¿Mucho que no nos veíamos? ¡Serás cabrón!
- Sí... Muchísimo tiempo. Casi se me había olvidado su cara, y su voz, por supuesto... He llegado a pensar que era mi amigo imaginario. Sí... - Busco mi chaqueta de cuero y me la pongo - Encantada de verte, por cierto.
Y procedo a salir por la puerta. Nadie me sigue. Esta vez nadie me agarra de un brazo. Nadie me hace volver para besarme. Esta vez me voy sola. Supongo que a nuestra manera, ya hemos aclarado las cosas.
Llueve, diluvia. Y me mojo, no hay terraza que me tape hasta llegar a mi casa. Entro y me encierro en mi habitación. Me pongo la música más alta que los problemas, y finjo que nada de esto me importa. Ni siquiera voy a contarlo. Ha sido una bronca más. La música más alta. Está todo bien. Está todo cojonudo... Y miro el móvil. Sin mensajes de él... Como siempre.
A solas nadie se engaña, y quizás, puede que tenga algo de razón. Porque ahora mismo le arrancaría la cabeza. ¡Este hombre me va a quitar la vida!