Supongo que nadie entendía tus ganas. Tu espera. Tu fe en imposibles. Todo el mundo se preguntaba qué habría que hacer para tenerlo claro esta vez. Supongo que era más fácil mandarlo todo a la mierda y seguir como siempre. Sería lo fácil. Eso harían los que no son valientes. Pero tú sí que lo eres.
Pero no, sabías que no. Que tenía que ser. Siempre dices que mereció la pena, que para nada estás arrepentida. Al revés.
Siempre me ha dado pereza levantarme, pero ya no, me gusta abrir los ojos y saber que estás al lado, desnuda y respirando. Que te medio despiertas en las madrugadas y me buscas.
Me has metido en tus futuros, esos que nunca tuvieron a alguien que se lo mereciera. Y lo haces sin dudar, sin descuidar el presente.
Siempre me dices: «Y lo que queda». Y yo sonrío, cierro los ojos y lo visualizo. Veo momentos, ciudades y magia. Y muchas canciones de Leiva. Veo que no te importa viajar sin maleta si te lleno de sueños. Veo esa sonrisa de pilla. Esos ojos transparentes, pero de color marrón. Le tengo envidia a los gatos que tienen siete vidas para cruzarse contigo en cualquier calle.
Y eso es todo; bueno, casi todo. Me falta lo de que da igual que haga sol o llueva, que el día sea tranquilo o tengas millones de ganas de meterte en la cama. Tú nunca te olvidas de sonreírme.
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