sábado, 2 de mayo de 2020

Diez años no pasan desapercibidos

Llevaba todo el día nerviosa. Había repasado mentalmente todo mi armario como unas mil veces y todavía no sabía que ponerme. 

Me miro al espejo. 10 años no pasan desapercibidos. Me sonrío al pensarlo. Es lo que mejor se me da, sonreír para ocultar. Me gustaría contarle por qué esas bolsas debajo de los ojos. Por qué los ojos marrones ya no tienen tantos lunares, como él decía. Por qué me tiemblan las manos con mayor facilidad. Por qué mi orgullo se ha ido limando y mi carácter agriando. Me gustaría explicarle por qué le he llamado. Pero no lo sé ni yo. Así que me pongo unos vaqueros negros rotos. Un top del mismo color con un poco de escote. Me maquillo lo justo para que no piense que me he puesto excesivamente guapa. Una chaqueta de cuero. Y mis deportivas. Han pasado diez años, pero hay cosas que no cambian.

No me gusta ni hacer esperar ni que me esperen, pero era de esas veces que no quiero llegar la primera. Sin embargo, él siempre fue muy puntual, sabía que estaría allí esperándome. Donde quedamos tantas veces... Probablemente apoyado en la pared o en un coche. Mirando al suelo. Pensando en vete tu a saber qué. Su cabeza, siempre fue un misterio...

Y no me equivocaba... A unos metros de mí me encontré al mismo chico moreno de ojos del color del cielo,donde me solía mirar cuando las cosas iban mal... Me encontré un chico con unos vaqueros, una sudadera de Jack and Jones y las manos metidas en los bolsillos. Inmerso en sus cosas. Supongo, que estaría pensando que estaba haciendo allí después de tanto tiempo, conmigo en frente, después de 10 años y muchas heridas. Supongo que estaría pensando que yo tampoco había cambiando tanto. Unos kilos más, pero la misma cara redonda y la sonrisa siempre puesta. O igual no, quizas sólo se alegraba de verme. La verdad, nunca le pregunté que pensó cuando nos vimos... Pero cuando le tape el sol, de aquella tarde de primavera, subió la cara y entonces fue él quien sonrió. ¡ Oh dios esa sonrisa! La sonrisa más perfecta del instituto sin llevar aparato.. Mi estomago se quejó pero no se muy bien porque. ¿Hambre? ¿Nervios? ¿Mariposas renaciendo?. Le sonreí yo también.. ¿que menos no? 

Me paré justo delante sin saber que hacer. ¿ Se le das dos besos a tu primer amor? ¿Un abrazo para reunir todo lo que perdimos ? ¿Un apretón de manos de manera "no te acerques mucho que no se cuanta alergia me das"? Menos mal, que se acerco él.. se levantó del coche en el que estaba apoyado y posó su mano, fría como siempre, en mi nuca y me dio dos besos. Dos besos de esos que suenan en tu carrillo. Nada de besos al aire, él siempre fue de esos..

- ¿A dónde vamos ? He traído el coche, quería que lo vieras. 
"Sácame de aquí " quise decirle pero ni él iba a entenderlo,ni yo iba saber explicárselo. Así que me limité a abrir los ojos de par en par y pregunté.

- ¿Es tuyo el golf? ¡No me lo puedo creer! Es el coche de mis sueños.

- Pues no es el coche de la Barbie.

Y me salió la carcajada de dentro. Habían pasado diez años, pero seguía intentando cumplir mis sueños sin saberlo. Seguía siendo el que me picaba. Seguía igual. Seguía siendo mi chico. 

Nos montamos en el Golf azul marino y como no, discutimos sobre la música. Él sabia perfectamente mi tendencia a pasar de canción antes de que acabara y yo sabía cuanto odia que le toquen sus cosas. Y para no perder la costumbre, salió a relucir nuestro mejor don y quizás el único en común. El don de la contradicción.

No teníamos destino. Así que dimos un par de vueltas en coche antes de elegir una terraza para tomar algo. La verdad es que me recree en mirarle de reojo. Intente que no se notara. ¿Pero hay algo mas sexy que ver a un hombre conducir? Ponía cara de interesante. Su mirada intensa clavada en la carretera. Respiraba tranquilo y se le notaba cómodo. Estaba claro... Estábamos en su terreno. Su codo apoyado en la ventanilla medio bajada, mostraba seguridad. Y el aire le hacia que el principio de los rizos de su flequillo bailaran. El sol que entraba le hacía más clarito el pelo y más morenita la cara. No me habré quedado empanada veces en clase mirándole... Si se hubiera vuelto gordo, feo y calvo... todo hubiera sido más fácil. 

La conversación en la mesa fue amena. Hablamos. Nos reímos. Nos vacilamos. Nos llevamos la contraria. Nos contamos muchas cosas, pero sin importancia. No me preguntó en que punto de mi vida estaba, yo a él, tampoco. No sé si quería saberlo.

Y pasó la tarde en seguida. No quería irme. Estaba tan a gusto jugando a que no habían pasado 10 años que de repente sentí una punzada y me di cuenta de que era la hora de despedirnos. 

Nos levantamos de aquella terraza y nos dirigimos hacía el aparcamiento. Pero le dije que podía ir andado, no pillaba lejos mi casa. Creo que necesitaba respirar sin que compartiéramos las mismas partículas de oxígeno. Y ya de paso que se oxigenara el cerebro y... otra cosa. 

No esperaba nada que no fuera una negación por su parte. Nunca me dejo volver sola a casa aunque fuéramos si hablar porque estaba enfadado. Pero insistí. Prometimos volver a vernos y seguir en contacto. Pero yo ya estaba poniéndome mis zapatillas de deporte para empezar a correr... 

Dos besos. Una última mirada directa a los ojos. Para que hablaran por nosotros. Un "iré a verte" y una respuesta "eso espero". 

Me giré y empece a caminar con la sensación de que él me había perdonado. Y que yo podía perdonarme también. Me fui pensando eso de que todo merece una segunda oportunidad. E intentado tener poderes divinos sobre que opinaba él. 

Llegue a casa con ganas de escribirle, pero no. Y él tampoco lo hizo. Me tumbé en la cama esperando a que viniera, como había dicho...

Des(orden)ada


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