miércoles, 5 de diciembre de 2018

Deja de comerte la olla: No le gustas. Y no es el fin del mundo

Si eres de esas personas cuya vida está dedicada a un solo y único propósito llamado COMERSE LA OLLA, definitivamente este es tu artículo. Porque te vamos a contar un par de realidades tan ciertas como que una pizza sin queso no es pizza, solo una tostada con tomate y jamón al horno.
Pongámonos en situación: tienes una primera cita, lo cual ya es bastante complicado de por sí porque uno no siempre tiene claro si va una cita o a cenar con un colega, pero bueno. La cosa va normalita, ninguna maravilla, para qué engañarnos. La conversación no fluye. Pero eso a ti no te importa, porque tú has venido a jugar. A encandilar. A follar. Porque esto es así, cuando uno sabe que va a tener una cita se tira como mínimo las 48 horas anteriores a ella escribiendo, dirigiendo y protagonizando su propia película.
Así que tus expectativas de sexo son claramente más fuertes que la propia realidad -aunque cada diez minutos te digas a ti mismo que no vas buscando nada, que si surge, surge, y más tonterías que realmente no piensas-. Por otra parte, y viva el auto convencimiento, tú das por sentado que la otra persona también se está montando su película. Y tú eres el protagonista. Normal, con lo buenorro que te has puesto.
Después de este paréntesis de comedia romántica barata, es momento de volver a la realidad. Se acaba la cena. Y la madre de todas las excusas aparece por sorpresa: “Bueno, pues ya si eso voy tirando, que mañana madrugo”. Y hay muchas cosas cosas en esta vida que tú no conoces, pero una cosa sí que la has aprendido a base de hostias, y es que todas las frases escritas vía wifi o habladas que comienzan por “Bueno, ya si eso.” no son una buena señal. Ah, y lo de madrugar no existe, son los padres, porque bien que te quedas un miércoles cualquiera viendo Juego de Tronos hasta las dos de la mañana aunque “madrugues”. Y si la excusa es echar un polvo (o cuatro), más. Pues eso. 
Y entonces llega tu comedura de olla;  “¿qué leches habrá pasado? Si todo iba bien, ¿no?”. Una de las características principales de las personas que se rallan demasiado es que son expertas en repetirse una y otra vez “esta vez no voy a darle más vueltas, no voy a dejar que me importe”. Acto seguido, no van a hacerse ni puto caso.
Comienzan a repasar mentalmente cada detalle, cada minuto de la cita en cuestión: “¿Hablé mucho?, ¿digo demasiadas tonterías? Seguro que ha sido por el jersey que llevaba, a mí tampoco me convencía mucho. Yo creo que me mostré demasiado disponible. Igual si hubiese estado un poco más distante…” Y así todo el día. Y no solo un día (ojalá…). Sino unos cuantos. Y venga a mirar el móvil. Y venga a montarte nuevas películas sobre whattsapps repentinos, a las semanas de la cita, diciéndote que se lo había pasado muy bien. Mira, que no queremos ser cafres, pero aquí lo que pasa es que "NO LE GUSTAS". Y adivina qué, no pasa absolutamente nada.
Porque no le puedas gustar a todo el mundo. Es más, ni siquiera a ti te puede gustar todo el mundo. Y si eso te pasa, háztelo mirar, porque igual lo que no te gusta es estar solo, pero eso es otro tema. Porque que no lo gustes no significa que hayas hecho nada mal. Que tengas nada malo. Que no seas lo suficientemente eso o aquello.
Hay veces en que la cosa no surge, y hay mil motivos que no tienen demasiado que ver contigo. Ni habéis sido novios, ni tienes nada que olvidar más que una cena aburrida y un camarero demasiado lento. Que para qué quieres estar con alguien que no se lo pasa bien con tus chorradas, con tus palabras, con tu jersey feo y con tu manera de ser. Que hay que aprender a ser rechazado y que no nos afecte, porque te va a pasar mil veces más en la vida, vete acostumbrando. Pues eso, que no le gustas, y casi que mejor así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.