En el suelo gélido de un verano extinto,
reposo consumiéndome en la pena,
como una persona que ya no está.
Los recuerdos se desvanecen
como una brisa de diciembre,
al alba, cuando pidió perdón
antes de caer en el fondo,
en la sombra donde dejé de sentirte
entre los aullidos del desconcierto.
Supieron que terminan,
entre mi boca y el vino amargo
que se derramó con el último impulso,
ese impulso que paraliza mis emociones
hasta su ausencia.
Puede que mi silueta marque mis límites
o la tristeza encierre mis sonrisas,
incluso que la sombra de mi rostro
no deje mirar a mis ojos más allá,
pero lo que es seguro
es que al romper los cristales,
mi corazón volvió a tener pulso.
El latido final,
la moneda que entregué
a cambio del último viaje,
un viaje de ida y vuelta
al lugar donde desperté
para seguir viviendo.
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