He estado convenciéndome de muchísimas cosas durante este tiempo. Que si amas a alguien no puedes amar a otra persona. Que u odias o amas. Que eres feliz o estás triste. Y todo este tiempo he dudado de la gente que se enamoraba una y otra vez. De la que es feliz, pero llora; de la que llora y sufre, pero es feliz. De los que lo ven todo negro o blanco, sin matices. Reconozco que he dudado hasta de mis propias conclusiones y hasta de mis incoherencias. De los «yo nunca haría eso» y hasta de los «tú me dijiste». Y ahora se me rompen todos los esquemas y las cosas que yo creía tener claras. Ahora me doy cuenta de que no hay límites en el amor, que cuantas más veces te enamores mejor lo harás y aprenderás a querer bien, que no mucho. Por fin entiendo a los que ríen cuando por dentro lloran, intentando encontrar cualquier motivo para salir adelante y luchar. Y ahora me veo reflejada en los que lloran, pero son felices a pesar de todo. A pesar de todos. Que el color negro no es el mismo para ti que para mí, que el blanco puede ser oscuro o claro depende de quién lo mire. Me doy cuenta de que los «yo nunca» siempre fueron una premonición de lo que iba a pasar y que lo que dije puede que no lo pensara, o puede que nunca dijera lo que realmente pensaba. O yo qué sé, tal vez cambié de opinión. Ahora me doy cuenta de que ser incoherente te enseña a ver otras opciones y sobre todo te muestra la verdad. Que las incoherencias nunca fueron un error y que la coherencia está sobrevalorada. Que las incoherencias te acompañen toda tu vida porque quien no cambia nunca de opinión nunca aprende. Y quien nunca aprende no vive.
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