¿Habéis oído hablar de esas ganas de huir porque os parece el camino más fácil o porque simplemente es la única solución que hay?
Yo las tengo todos los días, creerme, me levanto y pienso en salir corriendo en dirección contraria a mis problemas, que cada día son más. Pero yo, estoy en el último puesto de mi lista. Irme, y dejar a mis amigos ante sus tormentas. No puedo. Mataría por cada uno de ellos. Ellos, y más ellas, son mis fuerzas, mis ganas, mi amor por comerme ese mundo que a veces me engancha en batallas, me pellizca y me da algún que otro derechazo.
Pero a la fuerza me he convertido en Rambo. Libro batallas y guerras cada día, mías y de mi gente. Estoy ahí, aunque mi corazón pide que huyamos, que ya está bien de pasarlo mal, ya está bien de que le destrocen en mil pedazos. ¿Creéis que un corazón que dejó de latir hace años, puede romperse con la misma fragilidad que un diamante? Considero que el corazón es nuestro alma, en el que encerramos lo bueno y lo malo de nuestro ser, el músculo que nos mantiene atado a la vida, el músculo más fuerte que lucha todas nuestras batallas, y el que primero sale tocado de todas ellas...
¿Hasta qué punto es ser egoísta? ¿Dónde está el límite de elegirte a ti en un momento dado y abandonar a los demás? No sé pedir ayuda, tampoco la quiero, pero sí la necesito. Estoy cansada, agotada. ¿Puede salir algo bien? Pues no, está claro que no. Esto no son temporadas, se convierte ya en una forma de vida. Estar con la gran armadura puesta siempre. Detrás de mis murallas.
Sueño cada día con querer como dije en la entrada anterior, con quien llegue alguien que me quite ese peso solo sentándose a mi lado. Solo estando. Con el que me pueda sentir segura. Pero no lo hay. ¡Lánzate a la piscina! dice Clara, deberías tener más iniciativa, ¿para qué? ¿Para otro rechazo? ¿Para otro amor no correspondido? ¿Para una relación a medias? ¿Para seguir siendo el plan B?
Decirme cómo en los tiempos que corren te puedes lanzar en los brazos de nadie, cuando lo primero que hacen es jugar con tu corazón, hacerlo una bola y tirarlo a la basura, porque después de ti, hay más, te conviertes en un número más de sus listas. Porque eres fácil, o porque estás ahí.
Y si a todo esto le sumamos una especie de sentimiento de culpabilidad, de no saber si estás a la altura de estar con tus amigos, de estar dejando pasar trenes, vuelos y demás... de no poder llegar a confiar nunca en nadie... ¿Qué se hace? ¿Vivir o huir? Mi gran pregunta de cada día... Aún sin respuesta.
Pero a la fuerza me he convertido en Rambo. Libro batallas y guerras cada día, mías y de mi gente. Estoy ahí, aunque mi corazón pide que huyamos, que ya está bien de pasarlo mal, ya está bien de que le destrocen en mil pedazos. ¿Creéis que un corazón que dejó de latir hace años, puede romperse con la misma fragilidad que un diamante? Considero que el corazón es nuestro alma, en el que encerramos lo bueno y lo malo de nuestro ser, el músculo que nos mantiene atado a la vida, el músculo más fuerte que lucha todas nuestras batallas, y el que primero sale tocado de todas ellas...
¿Hasta qué punto es ser egoísta? ¿Dónde está el límite de elegirte a ti en un momento dado y abandonar a los demás? No sé pedir ayuda, tampoco la quiero, pero sí la necesito. Estoy cansada, agotada. ¿Puede salir algo bien? Pues no, está claro que no. Esto no son temporadas, se convierte ya en una forma de vida. Estar con la gran armadura puesta siempre. Detrás de mis murallas.
Sueño cada día con querer como dije en la entrada anterior, con quien llegue alguien que me quite ese peso solo sentándose a mi lado. Solo estando. Con el que me pueda sentir segura. Pero no lo hay. ¡Lánzate a la piscina! dice Clara, deberías tener más iniciativa, ¿para qué? ¿Para otro rechazo? ¿Para otro amor no correspondido? ¿Para una relación a medias? ¿Para seguir siendo el plan B?
Decirme cómo en los tiempos que corren te puedes lanzar en los brazos de nadie, cuando lo primero que hacen es jugar con tu corazón, hacerlo una bola y tirarlo a la basura, porque después de ti, hay más, te conviertes en un número más de sus listas. Porque eres fácil, o porque estás ahí.
Y si a todo esto le sumamos una especie de sentimiento de culpabilidad, de no saber si estás a la altura de estar con tus amigos, de estar dejando pasar trenes, vuelos y demás... de no poder llegar a confiar nunca en nadie... ¿Qué se hace? ¿Vivir o huir? Mi gran pregunta de cada día... Aún sin respuesta.
Patricia Izquierdo Díaz
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