miércoles, 10 de julio de 2019

Capricho n.°4 en Do Menor de Paganini

... y en el mundo, en conclusión, 
todos sueñan lo que son, 
aunque ninguno lo entiende.
CALDERÓN DE LA BARCA, LA VIDA ES SUEÑO



Aunque anda con paso apresurado, 1 desconoce el itinerario que debe llevarlo hasta los brazos de ella. Ella se llama 2 y aún no tiene un rostro definitivo, pero su rostro será el rostro que él espera encontrar. Su cuerpo, encarcelado en la más terrible de las pesadillas de cuantas 1 cree haber despertado, también se resiste a adquirir una fisonomía concreta y permanente; cada cien metros de asfalto recorrido, cambia de tamaño, de blusa o de perfume. No obstante, 1 piensa que cuando la tenga ante sus ojos sabrá que 2 es 2 y su terrible presentimiento se desvanecerá.
1 camina deprisa porque siente que ese es su cometido, es más, ni siquiera se permite plantearse que la vida, en ese preciso instante, pueda consistir en otra cosa que no sea continuar su trayecto, sea este cual sea y dure lo que dure. 1 también camina porque es lo que siempre ha hecho para poner en orden sus ideas, para buscar respuestas a las preguntas que aún no ha sabido formularse y ya, de paso, hacer algo de deporte. Ahora solo es capaz pensar en la negra e interminable alfombra que le conducirá hasta 2. Le basta con fijar la vista hacia delante, siempre hacia  delante. Mientras, el desolado paisaje que lentamente deja atrás, sin mirarlo, a un lado y a otro, se revela como el atrezzo del oscuro torbellino que invadió sus sábanas durante la noche.
En su sueño 1 también llevaba el mismo chándal, las mismas zapatillas de los domingos de footing y desayunó después con 2 junto al parque en el Café Botánico, los mismos auriculares tronando, ajenos a los obstáculos del mundo, el Capricho N.°4 en do menor de Paganini, pero es incapaz de recordarlo. Ninguna imagen ha resistido su violento despertar. Sobre ese vacío, ese trozo de existencia al que la vigilia tiene vedado el acceso, emergen feroces y turbulentos pájaros de miedo. La dolorosa confusión que aún le apolilla el cuerpo y le reseca la boca, los labios transidos de frío con los que la saludará cariñosamente.
Tras un tiempo indefinido, 1 por fin llega hasta 2 y la música se detiene, bruscamente, antes de que los auriculares se desprendan de sus oídos. El silencio es interrumpido por la súbita bocina del viento. Aunque aún no puede poner nombre a esa figura que, sentada en un banco le resulta tan familiar, entre sus brazos encuentra una calma liberadora. Su boca se despereza, su lenguaje abandona un antiguo sopor, parece que hablara por primera vez...
—Esta noche soñé cómo moría, y fue tan real... Pensé que solo si te encontraba, aquí, en nuestro banco, como siempre, si te hacía la pregunta adecuada, podría saber realmente que lo había soñado, que sigo vivo...
—Bueno, llegas tarde... pero estas aquí, qué importa lo demás..., ¿no? —dice ella esbozando una sonrisa—. Dime, ¿y cuál sería la pregunta adecuada?
—¿Será posible soñar un despertar? —mientras le formula la pregunta sus ojos tiemblan inquietos, el pulso y la respiración se le aceleran. Ella le toma las manos, pero rehuye su mirada.
—Estás helado... ¿vamos a desayunar?
Ante sus ojos el asfalto muere donde nace, interminable, un campo de hierba roja que el viento no es capaz de mecer. Una vereda lo serpentea hasta perderse a lo lejos, allí donde se divisa el Café Botánico. Mientras caminan, su murmullo de otra vida se hace cada vez más audible. 1 siente un repentino escalofrío, aprieta con fuerza la mano de 2, tan cálida, tan real que todas las grietas de la duda se cierran definitivamente.


PARQUE DEL RETIRO, MADRID 
Víc Fernández

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