Hace mucho que no escribo, y os aseguro que tengo mucho que contaros, pero no he podido. Apenas tengo un rato para sentarme en frente del teclado y darle a las letras.
Ayer fue un día muy intenso para todos, la noche no ha sido para menos, y el día de hoy no lo estoy llevando mejor. En medio de mi caos de vida, he discutido con uno de los pilares en los que me apoyo siempre. He hecho algo que era por su bien, pero sin contar con él. Eso ha llevado a un enfado y mis contestaciones a un enfado mayor. El caso es que acabamos discutiendo como verdaderos animales anoche sobre las tres de la mañana.
Odio discutir así con él, y es que me saca de mis casillas. Saca tanto lo mejor de mí como lo peor. El orgullo nos mata, el querer quedar por encima y tener la última palabra es la destrucción, es la bomba que nos hace estallar a los dos. Y aún así, me preguntas qué tal el día. ¡Ais, dios mío! Qué difícil hacemos las cosas cuando pueden ser tan sencillas. Y qué difícil es pedir perdón cuando ambos, llevamos un poco de razón.
Aunque lo esté pasando mal, porque esto hay que hablarlo. Tenemos que solucionarlo, tengo la seguridad de que estás ahí, y que si esta noche te necesito, tienes mi habitación preparada. Pero ciertos comentarios, palabras, duelen. Duelen de tal manera que se te clavan en el corazón precisamente porque las dice esa persona... "Quién más te quiere, te hará llorar", y qué frase más real. Me hago pequeñita a tu lado. Me hago un chucho de esas con quiqui en la cabeza que solo ladra para asustar a los demás perros que le triplican en tamaño.
Yo también, a veces, te mataría. Pero es que te quiero tanto. Por tu culpa también he sido borde con el motero. ¡Me alteras entera! Si las cosas van mal contigo, ya todo va mal. Eres un incordio. Pero no te vayas nunca. Y menos cuando el motero me mande a "estudiar" indefinidamente, ya ha llegado el verano.
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