Seguramente ya nos habíamos cruzado mil veces polla ciudad sin darnos cuenta, o en algún local de copas mientras nuestros propios amigos estaban borrachos. Pero tuvo que ser justo ahí, cuando ya no esperábamos nada de nadie. Ninguno sabemos qué ropa tenía el otro. Solo nos mirábamos a los ojos, como los niños que sonríen sin miedo. Hablamos durante un rato largo que se hizo muy corto. Los dos tuvimos las mismas ganas que miedos de volver a encontrarnos. Costó un poco, pero empezamos a necesitarnos. De vernos entre muchos besos y ningún caso al móvil. Y sin ser nada, seguimos disfrutando de las cosas tan bonitas que supone entenderlo todo con alguien.
Y todo el mundo nos ve y piensa que juntos no llegaremos nunca a ninguna parte. Incluso, alguna vez nos hacen dudar por momentos. Pero luego nos encontramos con la misma mirada del primer día, en la misma cama de noventa de nuestras primeras veces y los dos nos damos cuenta de que nadie más podría hacer un mundo tan grande en un espacio tan pequeño.
Y volvemos a perdernos debajo de las sábanas que terminarán sobrando como siempre. Y sin riesgo de equivocarme, te quiero.
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