Esas increíbles ganas de pasar página cuando ni siquiera tienes libro. De tener los pies congelados pero morirte de calor. De saber que eres un laberinto sin salida y entrar igual porque quiero perderme en ti.
Que el amor no se trata de ti o de mí, que se trata de nosotros. Como hacerte socio de alguna ONG. Aldeas Infantiles o algo así.
Como tus ojos, igual de maduros que aniñados.
De abrazar cuando todo va mal sin decir nada. Que el verbo «olvidar» nos acojona y, que nos quieran, asusta todavía más.
Como vernos reflejados en alguna canción de Andrés Suárez o en algún texto de alguien que escribe en Internet. De tener pijamas de muñecos con nuestros años. Y que muchas veces dormir mal es simplemente soñar mal. Y así ya no descansas.
De salir a correr una noche de otoño. O corrernos juntos. Pitillitos ajustados y esas ganas de pillar el primer avión hasta tu espalda. Sin facturar. Que aparezca alguien que te sorprenda sin avisar. O que te haga temblar solo con su voz.
De echar de menos hasta lo que has tenido. O lo que te quitaron. O lo que se fue. Cosas sin sentido, como este texto. Pero para mí lo tiene.
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