Tus rarezas y dulzuras me alegran las semanas. La rutina de un despertador que sangra solo al primer segundo, luego recuerdo tu sonrisa y me levanto de un salto.
Una ducha de lunes con esa «alegría más tonta» sonando. La sonrisa bordada en el espejo y el secador haciendo ruido hasta bonito. No queda leche, solo medio vaso. Corazón medio lleno. 90 % de batería y cazadora al hombro salgo de casa. Me toco el bolsillo, van las llaves. El corazón también. Pasa el día sin poder detenerlo.
No hablamos mucho, pero tengo ganas de hablarte hasta en tu turno de tarde. Y aunque suena a tópico, me conformo con unos buenos días con sonrisa. Con un «me apetece verte» de vez en cuando. Un «acaricíame» en el oído.
Algunas veces cocino para dos. Otras no como por pensarte. Y, si estás, igual se nos quema.
No sé a dónde vamos, tampoco me importa demasiado. Pero volar contigo, aunque sea solo un rato, es como volar toda la vida con cualquiera.
Mírame. Aquí domingo. Tú me hablas y vuelve a ser viernes por la tarde. Y si me besas pasará otra semana. Volveremos a tu cama. Y lo seremos todo de nuevo.
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