¿Te acuerdas de aquellas tardes donde no salíamos de la habitación y cerrábamos la puerta despacito y con llave? Que nos escondíamos debajo de las sábanas y terminábamos sin ellas. Y sin decir nada nos entendíamos. Tu cara al correrte, tu cara de un poquito más. Y desnudos nos quedábamos mirando al techo, riendo, hablando de tonterías que solo nosotros entendíamos.
Y no sé bien la razón, pero cambiamos el rumbo, el despacito, por portazos sin llave. Escondidos cada uno en nuestra casa. Días sin hablarnos, noches sin corrernos. Y ya nada tenía gracia al mirar el techo.
Cómo han cambiado los tiempos; te has cambiado el pelo, ahora nos encontramos de otras manos en la cola del cine o en el bar de debajo de tu casa. Y seguimos sin decirnos nada, pero esta vez sin entendemos.
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