Sí, ya sé que la culpa es mía. Te he acostumbrado fatal.Te crees con derecho a reaparecer (y a desestabilizarme) porque una parte de mí siempre está esperando a que vuelvas. Esa parte que siente que haces la vida interesante, que todo avance a una intensa cámara rápida. A quién quiero engañar, a mis ojos pareces increíble. Pero, ¿lo eres? ¿Es increíble alguien que vuelve cuando quiere y yo le doy igual?
Ya no sé ni cómo me he acostumbrado a vivir con esa parte de mi que heriste. Esa que, cuando te fuiste por primera vez, pensó que el mundo se había apagado. La que se pasó semanas lamiéndose las heridas por si así cicatrizaban. La que creyó que la culpa era suya, que había hecho algo mal y que por eso te había perdido. La que no entendió que de repente no llamaras, que buscaras tu sitio, que repitieras que no querías nada serio. Esa parte que destruyó por completo las alas que querían volar a tu lado.
No sabes cuánto pasó hasta que dejé de encontrarte en todos los rincones de mi cama, hasta que pudo comer sin que después me doliera el estómago o ver una película sin anotar mentalmente todas las opiniones que habría querido compartir contigo. . No sabes la de veces que deseé haber sido de otra forma por si esa otra forma era la que conseguía dejarte a mi lado.
Pero también está otra parte de mí, la indignada. La que, cuando te fuiste esta última vez -porque volviste, porque siempre vuelves pero de nuevo te largas- se sintió completamente gilipollas. La que no entendía que no hubiera aprendido la lección por enésima vez ni que hubiera confiado en que esta sería diferente. La que se debate entre gritarte hasta perder el habla o estampar mi propia cabeza contra una pared. Es la que se plantea, no solo no volver a confiar en ti, sino no fiarse de nadie nunca más.
Y, por último, está mi parte melancólica y comodona. La que cree que, como siempre acabas volviendo, para empezar de nuevo. La que cree en las palabras que me sueltas -que soy especial, que nadie como yo– pero que, como siempre, acaba sus discursos con un: “necesito ser libre”. Y yo me quedo con cara de tonta, mirando mis manos vacías y escuchando un corazón congelado que ya ni palpita de todas las veces que tu egoísmo lo dejó parado.
Y, claro, tengo una responsabilidad con todas mis partes. Espero que lo entiendas. Tengo que hacerme entender que si tú vas y vienes a tu antojo no es culpa mía. Que no tiene nada que ver con el fracaso sino con tu forma de ser y la mía, que te lo permite. Y que retener y vivir en este espiral de dolor sin sentido no es lo que quiero para siempre.
Así que he hablado conmigo misma y he tomado una decisión. Tus vueltas cansan tanto como todas las veces que te largas y me dejas esperando. Ya no importa si te importo de verdad o si he sido alpiste para tu ego.
Necesito un poco de paz y, a tu lado, no la tendré nunca.
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