Yo soy de La Solana, un pueblo de Ciudad Real. No es un pueblo muy grande, tampoco muy famoso, pero es el pueblo sobre el que gura mi vida. Mañana podré estar viviendo en Madrid, en Londres o en Nueva York, pero si alguien me pregunta de dónde soy, le contestaré con orgullo: "de La Solana". Eso siempre.
No voy a negar que hay pueblos y ciudades mucho más bonitos que La Solana, pero yo me quedo con mi pueblo. Me quedo con mi Plaza del Ayuntamiento, con mi Ermita de San Sebastián y, sobre todo, con mi Iglesia de Santa Catalina y su majestuosa torre. Esa torre que, cuando vuelvo al pueblo por la carretera, según comienzo a verla me hace sentir que por fin he llegado a casa.
También me quedo con sus calles llenas de cuestas, con sus gentes y sus tradiciones. Con unas gachas con tocino, recién hechas, en un domingo fío y lluvioso; con un hornazo en el día de San Marcos o con nuestra Romería de la Virgen de Peñarroya, entre otras muchas más.
Y con lo que más me quedo es con sus paisanos, que somos especiales hasta el punto de encontrarnos por casualidad en otra ciudad y, en lugar de preguntarnos: "¿Tú eres de La Solana?", como haría cualquiera con el nombre de su ciudad, nosotros nos preguntamos: "¿Tú eres del pueblo?", como si fuese el lugar más importante del mundo. Además, somos especiales porque somos los únicos hispanohablantes que, para exagerar un adjetivo, le añadimos al final la palabra "galán". De ahí nuestro lema no escrito: "Qué pueblo, galán", seguro que es de La Solana. Y, todavía más, que es buena gente.
Sé dónde crecí, no sé dónde voy a terminar viviendo y menos aún dónde moriré; pero sí sé dónde estará siempre mi corazón.
En La Solana.
El punto sobre el que gira mi vida.
Fran López Castillo
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