Pecamos en exceso de llamar amigo a cualquiera por el simple hecho de conocerlo desde hace mucho o de que esté en nuestras vidas. Por ejemplo, a ese que nos hace sentir menos cuando le contamos algo, o a ese que sólo está cuando le interesa, o a ese que nos hace sentir mal al juzgarnos, o a ese que sólo podemos contar con él para salir de fiesta, o a ese que siempre te tiene por segunda opción. Hasta Facebook define como amigo tuyo a todo al que le das permiso para que te cotillee a cambio de poder hacer tú lo mismo.
Creo que el "amigo", como el "te quiero", está infravalorado.
Para mí, llamar a alguien amigo es decirle a esa persona que por ella se va a la guerra si está en peligro. Que, si le va bien, me voy a alegrar de su éxito sin envidias, y si le va mal, ahí voy a estar, a su lado, empujando para que lo intente de nuevo. Que conmigo tiene un confidente, consejero y aliado, y que sé que con esa persona tengo lo mismo.
Un amigo es un pilar en tu vida que siempre suma.
Alguien que, si por circunstancias de la vida estás meses sin ver, al reunirnos seguirá siendo todo exactamente igual. Como siempre. Alguien con el que tienes un vínculo tan fuerte que a la distancia sólo le queda la impotencia de sentir que no lo puede romper.
Es cierto que "conocido" se me queda corto para mucha gente, pero "amigo" se me queda grande para casi el mundo entero. Cuando apuesto sobre personas que me quieren llamándoles amigos, prefiero hacerlo sobre seguro. Eligiendo muy poco, pero de mucha calidad. Ya tengo comprobado que en las buenas la gente abunda y que en las malas la historia cambia. Por eso tenía razón el que dijo que los amigos se cuentan con los dedos de una mano -sobrando a veces alguno, incluso-.
Resumiendo, creo que un amigo de verdad es un hermano que elegimos sin ser familia. Algo muy importante.
Y, por suerte, contigo -sí, tú, si estás leyendo esto sabes que eres tú- he acertado de pleno.
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