Cierro la puerta de mi habitación. Subo la música. Más. Más, mucho más. Que anule el sonido de mis pensamientos, que apague mis sentimientos. Pero las letras me cantan a mí. Apago la música, doy vueltas por la habitación. Estoy encerrada en mi jaula. Me tumbo en la cama. Leo a Defreds. Lo dejo, no puedo escucharte ahora. Me levanto y paseo. Pongo la música otra vez, y voy pasando de canciones a ver si hay alguna que me convence. ¡Dios mío! intentó chillar, pero se me queda en el estómago. Me tripa se resiente. Se acabaron las ganas de comer de nuevo y aparecen las ganas de vomitar todos mis problemas.
Creo que soy la única persona que odia los fines de semana. Se acerca... Se acercan los problemas. Están justo detrás de esa puerta. Gritándome. Esperando que sea valiente y salga. Que plante cara como dicen algunos. Y salgo. La vida me golpea cada día con más fuerza. El bofetón te llega hasta dentro, hasta el corazón. Y los ojos lloran sin tu permiso. Porque tu mente es fuerte, muy fuerte. Y no vas a dejar que te vean derrotada. Pero los ojos han tomado el control en esta batalla y han decidido sacar todo lo que llevo dentro mediante agua salada. Que escuece. Porque cada vez es más a menudo. Porque son casi todos los días.
Mi trabajo se ha convertido en mi refugio. Un trabajo que llega a su fin. ¿Qué voy a hacer a partir de ahora? Quiero gritar. Quiero ser egoísta y gritarle a la vida: "¿por qué yo? ¿Por qué a mí?" Estoy cansada de ser fuerte. Estoy harta de correr sobre un campo de minas. Estoy harta de resucitar de mis cenizas. Estoy cansada... Tan cansada que todo ha dejado de importarme. Mis sueños, mi camino, mis metas, mi cuerpo, mi mente... ¿Merece la pena tanto esfuerzo? Estoy cansada, agotada. Mi gran problema tiene nombre. Mis amigos lo saben. Y aún así, los aparto. ¿Cómo estás? Como siempre, les contesto. Es un problema que no puede solucionar nadie, ni yo.
Podría aprender a llevarlo. Pero no sé si ya quiero. No sé hasta qué punto quiero seguir. Si me ofrecieran ahora mismo un super poder, pediría el poder de desaparecer. Desaparecer de todos, de todas partes. Al fin y al cabo, no soy tan especial. Un caos menos en la Tierra. Un problema menos.
He tenido un día precioso, os lo puedo asegurar. Hace poco creía que en mi trabajo se me echaba flores para animarme a comer marrones, pero hoy he descubierto que no, que mis alumnos me quieren, aprenden de mí, me escuchan, me imitan, me necesitan... Creerme ha sido un día muy intenso, a la par que bonito. Me estoy exigiendo un cuerpo con el que esté bien yo, nadie más. Sólo yo. Sin llegar a la obsesión. Ya pasé por ello. Aunque me da miedo caer de nuevo. Pero... soy fuerte estando bien. Solo me caigo cuando personas que deberían quererte por encima de todo, se empeñan en hacerte pequeña, en hacerte creer que eres un estorbo en la vida de la gente. Que cualquier persona siempre estará por delante de ti. Te hacen creer a ciencia cierta que es normal que te cambien por otra, porque tú nunca darás la talla con nadie. Porque has acabado siendo un mal trabajo, un mal modelo que solo se merece el desprecio de la gente, mendigar lo que a los demás le sobra...
Ojalá pudiera contaros más de este problema que siempre inicio a relatar y nunca lo termino. Ojalá pudiera vaciarme ante este teclado. Ojalá pudiera desaparecer y hacer feliz a quien no me quiere en su vida. Ojalá pudiera dejar de llorar por los que no se lo merecen. Ojalá fuera más fuerte.
Patricia Izquierdo Díaz
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