Cuántas noches durmiendo ratos de media hora por culpa de tus ganas de fiesta de recién nacida. Cuántas carreras al hospital con tus tardes malas. Cuántos enfados de cansancio acumulado. Cuánto he llorado cada noche que me ha tocado estar fuera de casa por algún viaje.
No ha sido fácil adaptarse a ti, a tener cerca a alguien que necesita de ti las veinticuatro horas del día.
Y tiras toda la comida por el suelo si nos descuidamos. Y en el baño, golpeas el agua y nos salpicas enteros. Hemos tenido que tapar todos los enchufes. Yo no sé si será casualidad que te gustan más los sitios en los que no puedes estar con tus juguetes. Esos son muy aburridos, ¿verdad? Mejor intentar escalar la estantería o verte encima del sofá en el primer descuido.
Y bailas, bailas mucho, mueves las piernas como si entendieras la letra, al ritmo de la música con las canciones que te pongo en YouTube.
Pero, en tantos momentos, me miras un segundo, dices mi nombre y vienes hacia mí corriendo.
Y entonces sonrío y me doy cuenta de que no he perdido vida, he ganado una para siempre, Valentina.
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