Las 17:07 de un día cualquiera. Es martes. Podría ser otro. Exactamente igual que el día que apareciste.
Que, aunque tú no lo sabías, yo en el fondo te esperaba. No sé si fue por culpa de esas cervezas que quedaban en tu casa o por la simple inspiración de una noche cualquiera, pero conseguimos lo que nadie hacía conseguido en tan poco tiempo: confiar. Tú. Confiar. Yo. Descubrir que detrás de esa roca que llevas por corazón, hay cosas. Cosas que te cuesta horrores soltar. Que es como si te clavaran un cuchillo cada vez.
No eres común. Y precisamente eso es lo que te hace especial: tu seguridad en ti misma, y esos días -tantos- en que no tienes ganas ni de abrir la boca.
Boca con sabor a jamón serrano, cerveza y a tabaco. Que en ti hasta sabía bien.
Ojalá algún día sepa por qué unos días son tan blancos y otros tan negros. Qué callas. Dónde olvidas tu sonrisa hasta en los días de sol. Y aunque todo te dé igual, aunque no quieras decir ni mu, ahí estaré, esperando que algún día digas: "Aquí estoy otra vez, no te vayas".
Dejo de tener ciudades favoritas, me quedo en tus lunares.
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