Había una vez una chica. Siempre reía. Alta, con unas piernas superbonitas.
No necesitaba, ni quería nunca, tacones para salir. Pasaba de discotecas, era feliz en bares de la zona antigua. Bebiendo en los soportales.
Era preciosa. Ella siempre decía que no, pero los chicos se volvía locos por ella. No necesitaba chicos guapos, mataba por uno que le hiciera sentir momentos especiales. Su primer amor la dejó marcada. Nada la hacía sentir, y se guiaba por instantes.
Era tajante, pero la mejor persona que te podías encontrar en la vida. Te vacilaba y solo querías abrazarla. Un día me besó, yo no lo esperaba.
Me hizo sonreír muchos días y se marchó de la noche a la mañana. Pero no del todo, y ya sé, podéis pensar que eso no es bueno, que es una putada. Os equivocáis, es de esas chicas a las que solo les deseas la mayor felicidad. Y aunque no esté contigo, que se quede lo más cerca posible. Y que te invite a una cerveza.
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