Mientras compra regaliz rojo en el kiosko, se coloca el pelo y echa la vista atrás. Ya no se fía de nada, de nadie. Cuando aparece alguien interesante, lo esquiva.
Sus ojos viven más callados de lo normal. Antes hablaban a todas horas. Le hicieron daño, tanto, que cada vez que algo le ilusiona, tiene miedo, mucho miedo.
Sus labios quieren volver a ser deseados, pero el miedo a verlos agrietados de llorar los hace callar y callar. Su piel es suave y sensible, está cansada de solo ser rozada por interés.
Da el primer mordisco... Adora el regaliz.
- Taxi, siga a esa tristeza.
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