Después de hacer ejercicio un par de horas con el Bollo y mi gitano, después de tantas risas, tantos vaciles, de pasar la tarde haciendo el payaso, me he metido al baño. Me he mirado al espejo, estaba toda sudada, ¡menudos pelos! Y la sonrisa se me ha ido según me iba quitando la ropa y dejando mi cuerpo desnudo frente al espejo.
La cuarentena deja huellas que nadie más ve. Estar encerrada en cuatro paredes, en mi caso, puede ser muy peligroso, puedo salir herida como tantas y tantas veces, con la diferencia de que no hay camino de huida. Así que opto por el silencio. Por apartarme y escoger a la soledad como mejor aliada. Me miro los arañazos de mi tripa, de mi espalda, no me había fijado en el moratón de las costillas, ni el del hombro. La cosa está fea. La cosa está fea ahí fuera y aquí dentro. Y no puedo huir.
No puedo mover las articulaciones. Me duele todo el cuerpo, y más después de hacer ejercicio tan duro para bajar de peso y sobre todo para que nadie sospeche nada. Lo he podido ocultar un día, haciendo referencia a que estaba "vaga". Pero esa actitud, se debe a un día. Me duele todo. Ya no aprecio qué parte es la que más siento, la que más quema o escuece. Siento un dolor intenso en todas partes de mí. Incluso en el corazón. Hacía mucho que no pasaba. Pero son muchos días ya, demasiado juntos, demasiado cerca, demasiado...
No quiero hablar del tema con nadie. No quiero contárselo a nadie. Pero necesitaba escribirlo en el blog, porque me miro al espejo y siento rabia, ganas de gritar al mundo que esta pesadilla acabe de una vez por todas. Que no quiero seguir luchando, que me rindo. Me agarro fuerte al lavabo y lloro. Lloro por todas las emociones que he tenido hoy. Por los comentarios que he tenido de mis mamis osas del colegio, por tanto amor recibido, pero yo por dentro estoy rota, y si me miro al espejo también. Me rindo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.