Y me encanta la noche.
Ver la luna, tumbado en la playa, atrapado entre sus brazos.
Reírnos de cómo brillaban las estrellas.
Las pelis en su sofá cunado llovía fuera.
Follarnos cuando toda la ciudad dormía.
Y se marchó.
Por el día sobrevivía a base de amigos y poesía.
Pero cada noche era una agonía.
Deseando que no llegara nunca, para no tener que tumbarme y pensar en su melena.
Recordar cómo hacíamos de cada noche un día.
De cada cama un vida. Y ya no cuento ovejas. Hasta ellas lloran con mi pena.
Y esa canción, la nuestra, aún resuena cada madrugada en mi cabeza.
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