Te voy a contar una historia, por si te suena.
Llegaste a mi vida cuando yo ya no esperaba nada de nadie. Me sorprendiste. Me hacías ilusión. Sabía muy poco de ti. Esperaba cada día por si tenía noticias tuyas. Poco a poco empecé a saber más cosas de ti, que tenías una familia. Incluso hijos.
Intenté con todas las fuerzas alejarme de ti, pero ya era un punto en que mi mente no era capaz de escapar. Igual por tu forma de hablarme, por tu forma de seducirme una vez más.
Volamos, volamos demasiado. Con una intensidad digna de película. Pero siempre entre secretos. Entre ocultarse. Entre perder en unas sábanas y nada más. Imposible tener una vida así.
Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue ver cómo, de un día para otro, decidiste desaparecer. No diste más señales, pero me enteré de que seguiste con tu vida como si nunca hubiera pasado nada. Te cansaste del juego que era solo para un rato.
Y ese es mi castigo, no decir nada y dejar que sigas siendo todo lo infeliz que se puede ser cuando vives la vida mintiendo. Jamás podrás dormir con tranquilidad, o yo, al menos, no podría.
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