Todavía recuerdo lo roja que se te ponía la cara cuando te susurraba al oído que al llegar a casa te iba a hacer el amor en el pasillo. Y te mordía los mofletes en el ascensor.
Nadie entendía lo que gustaban los besos en la frente. De esos que yo te daba sin avisar. Y de la mala hostia que te ponías si despeinaban tu flequillo. Me agarrabas por detrás mientras hacía un poco de pasta:
- No hagas mucha, que ceno poquito.
Un día te engañé y te dije que buscaras debajo de la almohada. No había sueños. Una rosa blanca como tu piel. Compartíamos caricias, de esas ya olvidadas.
Y tu maldita manía de no decir nada, de mirarme a los ojos y que tuviera que entenderlo todo en tus hoyuelos.
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