Hace unos días que nuestra relación ha cambiado. Discutimos. Pero eso no es novedad, porque nosotros no somos de hablar sino de ladrar. Y así ha ocurrido...
- ¡Ya está bien de que no me hables! ¿Qué te pasa? Vives como el enanito gruñón - exploto ante su pasividad en la conversación.
- Estoy cansado... - me responde sin más.
- Estamos en cuarentena, por favor, ¿de qué estás cansado? - pregunto al límite de perder la paciencia.
- De esto.
- Concreta un poco más, si no es molestia... - hablo con toda mi ironía.
- ¡De que no hagas nada! - se vuelve y me mira a los ojos - De que has tenido la oportunidad y no has dicho nada. Has mirado a otro lado. Has mirado... a otro. Cuando tenías el camino libre. ¿Cómo quieres que me tome eso? - pregunta a voces.
Me quedo callada, en silencio. Esta era la última respuesta que me esperaba.
- Creo que he hecho bien manteniéndome al margen... Precisamente yo - respondo con toda la serenidad del mundo.
- ¿Al margen? ¿Crees que era el momento de mantenerse al margen? O, ¿era el momento de apostar por lo que quieres? - me pregunta con un punto de chulería.
- No voy a ocupar un puesto que no me pertenece. No quiero un puesto en el que tenga que luchar por él, o el puesto, que lamentablemente, ha quedado disponible para usted. ¡No quiero las sobras de lo que otras dejan! - me pongo a chillarle.
- Era tu oportunidad, Patri...
- ¡Y la tuya! - le grito - La de por una vez en la vida salir de tu zona de confort y enfrentarte a lo que tú quiere. Mover ese culo y decidir por una vez, qué es lo que quieres.
- ¿Cómo voy a luchar por alguien que no emite ningún tipo de señal y se mantiene al margen? - me pregunta.
- No quiero ser la pieza de sustitución para que tu vida no cambie, ni se altere. Quiero más, ¡aspiro a más!
- ¿A un gilipollas nuevo? - me pregunta mientras me río.
- Al parecer estoy rodeada, ¿no?
Nos quedamos en silencio. No nos miramos. Empate.
- ¿Qué estamos haciendo? - me pregunta entre suspiros.
- No lo sé... Te juro que no sé a qué estamos jugando.
- ¿Estamos jugando? - pregunta asombrado. Y yo me encojo de hombros, porque no sé ni qué decir.
- Me voy a ir, no tengo el día... - me quejo.
- Nunca tienes el día para enfrentarte a las cosas.
- ¿Me estás llamando cobarde? Le dijo la sartén al cazo. No empieces una pelea que no vas a saber terminar, ¿me escuchas?
- Vamos a dejarlo - propone.
- Sí, mejor - por un momento, estamos de acuerdo.
Patri Izquierdo Díaz
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