El tiempo pasa. La experiencia sube. El desencanto también. Y todo es «bah» y seguir tirando.
Y, de repente, te enamoras de nuevo. Y, joder, no puedes pararlo, no puedes controlar nada.
De nada sirve ese «ahora no me quiero enamorar». «Como si pudieras controlarlo», te respondes a ti mismo. Y sonríes.
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