Ellas eran dos personas enamoradas, nada más. Podrían ser también dos chicos.
Tenían que vivir cada día con la losa en la espalda del qué dirán. No todo el mundo es igual de fuerte para llevarlo con calma. Ellas vivieron, vivieron mucho.
Un amor que jamás habían sentido. Por delante de todo.
Soñando y creando dibujos de una historia interminable.
Una familia, sí; un mundo, sí. Pero el otro poco a poco machacando.
Demasiadas miradas, demasiados secretos que no se podían ocultar para siempre.
Y la presión pudo. Con rabia y con lágrimas. Deseando ser más fuerte o esperando un mundo que entienda que el amor es lo más bonito que puede pasar. Si es sano.
Y noche tras noche se recuerdan.
Y ese es mi castigo, no decir nada y dejar que sigas siendo todo lo infeliz que se puede ser cuando vives la vida mintiendo. Jamás podrás dormir con tranquilidad, o yo, al menos, no podría.
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