Insultos, calificativos, comentarios hirientes, con doble sentido, de esos que se clavan directos en la mente, que su veneno baja hasta el corazón, arrasando los pulmones... Llegan hasta las piernas, y tiemblas. Te intoxican, dejas de oír lo que pasa alrededor, dejas de respirar, tus ojos no ven, y es entonces cuando viene el golpe seco, en medio del silencio, como caiga, como más duela, como castigo por no seguir las directrices, por no ser lo que esperaban, por intentar reconducirte en tu penosa vida. Y el golpe duele. Pero las palabras mucho más. Las palabras duelen años.
Y caes, y no hay nadie que lo sepa, ni nadie que pueda levantarte, ni que te saque de ahí, porque sientes vergüenza. Tropiezas con tu autoestima. ¿Cuándo se perdió? No te diste ni cuenta que ya no estaba contigo. Y caes de nuevo, sin que nadie te sujete. Caes, y vuelves a caer, hasta que un día dejas de ver nada, porque ya no importa absolutamente nada ni nadie, porque has muerto. Eso sí, sigues respirando y ves como pasan los días, los meses y los años. Pero has decidido rendirte, porque en tu vida nunca cambia nada. ¿Qué ha sido de la SuperWoman que había en ti? Voló. Ella también huyó.
Patricia Izquierdo Díaz
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