domingo, 1 de marzo de 2020

Y solo el fuego quedará tras de mí

Las ruedas chirrían mientras desciendo la carretera que serpentea por el acantilado. 

La luna llena se refleja en el mar. 

Tu casa aparece y desaparece en el horizonte. Las llamas iluminan la noche con furia. 

La sangre seca mancha mi sostén. No siento nada. Soy libre. La luz de la luna baña mi pálida piel y hace bailar mis pecas. El pelo, húmedo de sudor y sangre, se pega a mi cara y a mis hombros, emitiendo reflejos cobrizos en la noche. 

Veo mis ojos verdes reflejados en el retrovisor. Enormes. Desorbitados. 

Enmarcados por tu sangre. Mi sonrisa me asusta. 

Suena una canción: “Dijiste que morirías por mí, pero tengo la sensación de que mentías”. Hoy has cumplido tu sucia palabra. 

Tus padres no debían estar en casa. Me pesará eternamente, pero supongo que el fuego del infierno atenuará mi conciencia. 

Controlo el deslizamiento de tu querido Camaro. Lo querías más que a mí. A ellas las querías más que a mí. Me odio por quererte. 

Detengo el coche. El motor ronronea mientras me alejo por la playa. Mis pies sienten la arena aún cálida. Me quito los vaqueros. El resto de la botella de bourbon abrasa mi garganta hasta mi estómago. Entro despacio en el mar. Me tumbo mientras las olas me abrazan. Un abrazo frío. Desde aquí veo las llamas de lo que era tu casa. Me hundo suavemente mientras sonrío al abismo que me
acoge en silencio.

Dicen que solo los buenos mueren jóvenes. Mienten. 

David Castellanos Monroy


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