Es viernes en Madrid. Oleadas de personas llenas de prisa se desplazan hacia todas partes y te hacen sentir partícipe del ritmo de vida madrileño y de su magia. Algo irónico, porque, precisamente, lo peor de Madrid es ese estrés que todos te trasmiten con tanta facilidad. Voy vestido de traje y corbata -acabo de salir de trabajar-, algo que me ilusionaba mucho cuando conseguí el trabajo, pero que pocos días he empezado a odiar. Me parece algo caro, incómodo e innecesario, aunque supongo que no estoy para exigir.
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